marzo 4, 2021, Comentarios desactivados
Delirios de un cumpleaños
Todo comenzó el día de mi cumpleaños número diez. Aquella mañana había sido casi tan normal como todos los aburridos días de mi vida. A mis padres parecía no importarles demasiado el hecho de que su primogénita estuviera creciendo. Mi hermano ni siquiera debía comprenderlo, era pequeño y no lo culpo por jamás haber entendido en verdad qué es lo que se supone que debes hacer una vez cada año, y mucho menos esperaba que recordara ese día de mi nacimiento. Hasta el mediodía aparentaba no haber cambiado las cosas. No tenía muchos amigos, y a los pocos que consideraba cercanos, parecía importarles en lo más mínimo algo referente a mí. Lo único que deseaba era que llegara la noche, cerrar los ojos y alejarme de esta realidad que tanto detestaba.
Para mi suerte, ese día sí tendría un cambio rotundo. Mi abuela había aparecido para felicitarme. Yo creía que no la volvería a ver hasta que no fuera mayor de edad. Mis padres y mis abuelos habían peleado fuerte un par de años atrás.
DOS AÑOS ANTES, ESE MISMO DÍA
Hoy es mi cumpleaños de nuevo, pero, para ser sincera, no parece importarle a nadie. Hemos salido a un restaurante elegante para celebrarlo; en realidad, es sólo una cena más. Mis antecesores parecen estar más interesados en temas de política que en el hecho de que hace ocho años había nacido su primera hija.
Después de tan monótona y aburrida cena, mis abuelos han venido para encontrarnos en nuestra casa. ¡Por fin pasa algo bueno en el día! Pensé que no podría mejorar. Pasa el tiempo. Mis abuelos hacen un comentario que no logro entender del todo, pero la cara de mis padres se enfada. Después de aquel comentario papá y mamá no han dejado de gritar, encerrados con mis abuelos después de que estos se hubiesen atrevido a desafiar a tan estrictos sujetos, aunque no logré entender el motivo de su enojo. Lo que sí hago es oír perfectamente cómo mis padres exclaman cosas hirientes, diciéndoles que son tan sólo unos viejos tontos que no tienen porque preocuparse por su nieta, puesto que ellos no tienen ningún poder sobre las decisiones que la involucran.
Ahora lo entiendo todo. Hablan de mí. Siento un nudo en la garganta. Quisiera poder hacer algo. Quisiera sacar a mis abuelos de ahí, alejarnos de mis padres y no volver jamás. Al menos quisiera poder abrazarlos. Odio sentirme así, impotente. Estoy pensando en eso hasta que me paralizo cuando escucho aquella frase de mi madre, y es que era imposible no oírla. Creo que cualquiera se desgarraría la garganta soltando semejante grito: “¡No volverán a ver a mi hija hasta que no haya cumplido la mayoría de edad! ¡Lo prohíbo!”. No puedo moverme. Han sido las peores palabras dichas por mi madre.
VOLVIENDO AL PRESENTE, MI CUMPLEAÑOS NÚMERO DIEZ
La veo ahí, parada frente al gran portón de mi escuela, con su sonrisa peculiar, que tanto había extrañado. No puedo evitarlo y corro hacia ella. Siento un nudo en la garganta, pero esta vez de alegría. ¡La había vuelto a ver! Juraba que no lo haría más. Cuando llego con ella, la abrazo tan fuerte que siento que ni siquiera van a poder despegarme nunca más; ella es recíproca. Siento su felicidad, y siento mi corazón palpitar más fuerte. Estoy más feliz de lo que jamás había estado en mi vida, no puedo evitarlo. Es la persona que más amo en esta tierra, y podría ser la última vez que nos veamos por mucho tiempo, aunque no me pongo a pensar en eso por ahora, ya después tendré tiempo de preocuparme. Sólo me ocupo en abrazarla tan fuerte como los pequeños brazos puedan.
Después de algunos segundos en ese abrazo, los más felices de mi vida, me suelta lentamente, puedo verla, no es un sueño, está pasando. Ella se ve feliz, pero su semblante cambia rápidamente un momento después. Me inquieto. ¿Por qué habría de estar triste en un momento tan feliz?
Le pregunto que sucede. Responde: “no puedo quedarme mucho tiempo, nadie sabe que estoy aquí, es un secreto, y no quiero que nadie se entere. ¿Podrías guardar el secreto por mí?”. La miro y sonrío, es algo que solíamos hacer mucho, guardábamos los secretos de la otra, cosas que nadie más podía saber. Asiento. Nunca he contado un sólo secreto suyo. “Quiero darte algo, hoy es tu día especial, y esto es lo más especial que tengo, me lo dio una persona que yo amaba mucho, mi abuela, y tal como lo hizo ella lo haré yo, quiero que lo tengas, pero nadie puede saberlo, ese es nuestro secreto, nuestro mayor secreto, y debes prometerme, por lo que más quieras, que nadie lo sabrá, nadie puede saberlo”.
¡Estaba tan feliz! Mi corazón se sentía lleno, ella era la única persona que me hacía feliz. Y entonces me lo entregó: un anillo dorado con una pequeña piedra; era pequeño, pero también lo eran mis dedos, así que me quedó perfectamente. Mi sonrisa era enorme y no hice otra cosa que mirar el anillo durante interminables segundos, hasta que me trajo de vuelta a la realidad cuando me preguntó si me había gustado. Respondí: “es el mejor regalo que me han dado. Prometo no enseñárselo a nadie”. Y volteo a mirarme tan feliz que supe que esa era la mejor respuesta a sus oídos.
De a poco, su sonrisa de alegría se transformó en nostalgia, supe que era el momento de despedirnos, la abracé, tan fuerte como pude, sabía que no la vería de nuevo en mucho tiempo, así que lo hice, no quería soltarla, pero debía hacerlo. Difícilmente me despegué de ella, me miró, me dio un beso en la mejilla, luego dijo: “Te amo mucho, mi princesa, siempre estaré contigo, prometo que nos volveremos a encontrar, sé feliz, prometo que vendrán tiempos más felices, sólo debes esperar un poco más, no permitiré que nadie te haga daño, te protegeré, lo prometo”. Se levantó, yo sólo pude verla irse y me dolía, pero no podía hacer nada para evitarlo.
AÑOS DESPUÉS. MI CUMPLEAÑOS NÚMERO 15
Me levanto cansada. Hoy es mi cumpleaños, pero estoy consciente de que mis padres no lo recuerdan. Mi hermano ni siquiera habla conmigo. Mis pocos amigos apenas me dirigen la palabra. No tengo mucho que esperar. Una cena familiar; quizá, lo mismo de cada año. No quiero moverme, me siento agotada, no sé para qué sigo fingiendo ser perfecta ante todos si me siento de esta manera. Volteo hacia mi buró, veo el anillo, aquel anillo que me obsequió mi abuela. Aún la extraño. Ya ni siquiera recuerdo su voz, pero recuerdo perfectamente lo que dijo: que fuera feliz, que esperara. A veces no sé si sigo creyendo en lo que dijo. Ha pasado tanto tiempo y todo sigue igual, pero lo prometió, y no puedo dudarlo.
Me coloco el anillo y bajo a desayunar, es sábado y no tengo escuela, así que lo hago en pijama. Mis papás salieron. Dejaron una nota en la mesa de la cocina: “salimos, cuida a tu hermano. Nos veremos para la hora de la cena”. Ni siquiera un “te quiero”. No sé porqué me sorprendo. Mi hermano baja las escaleras muy arreglado. Lo veo fijamente esperando una respuesta al motivo de su vestimenta, a lo que sólo responde que saldrá, que sus amigos lo esperan.
Lo único que hago es sacar el panecillo que había comprado y dejado en el refrigerador. Prendo una vela, mientras estoy pensando en mi deseo tengo el anillo en mano, tocándolo y tratando de pensar en mi abuela, y entonces lo pido: “Quisiera poder ver a mi abuela de nuevo”. Eso es todo lo que pido. Soplo la vela. Abro los ojos lentamente y lo primero que me doy cuenta es que ya no estoy en mi casa. No sé dónde me encuentro, no sé dónde estoy ni que pasa, estoy confundida. Parece que estoy en un bosque. Es un lugar hermoso. Hay muchos árboles, luz brillante. Es precioso.
Comienzo a caminar con cuidado, tengo miedo, puede ser que sólo esté soñando, pero, ¿por qué se siente tan real? Me muevo con cuidado entre los árboles, hasta que me encuentro con una cabaña de madera. Tiene muchísimas flores. Recuerdo cuando mi abuela dijo que quería tener una casita así. La curiosidad me mata; tengo que abrir la puerta, y lo hago, y me quedo inmóvil cuando la veo ahí. ¡Es mi abuela! No puedo creerlo, no puede ser real, debo estar soñando, la oigo hablar, no sé qué es lo que dice, pero me sorprendo tanto que suelto el anillo, ya no lo tengo en la mano, y vuelvo repentinamente a mi hogar. ¿Qué es lo que acaba de suceder?
Autor: Mariana Belén Yáñez Borrego – Alumna de 3ro de secundaria